Desde mi estudio de arquitectura, he aprendido a leer el territorio como un organismo. Una ciudad, una vivienda o un paisaje natural no solo son estructuras físicas, sino también una expresión material de nuestra cultura, de nuestras decisiones políticas, de nuestras dependencias. Y lo que observo cada vez con más claridad es que España está dejando de construirse a sí misma.
Vivimos en un país que importa su maquinaria, su software, sus materiales y cada vez más, su forma de pensar. He visitado recientemente una fábrica moderna de construcción en madera que, a primera vista, es un ejemplo de progreso, con instalaciones limpias, eficientes, de calidad nadie lo niega. Pero tras observar con calma, descubrí que todo su sistema de producción se sostiene sobre tecnología y conocimientos venidos del exterior: software extranjero, maquinaria alemana, materiales importados y una plantilla de trabajadores que, en su mayoría, también son de fuera. El único componente nacional parece ser el esfuerzo burocrático y una parte del técnico, para que todo esto encaje en el marco legal.
Esta dependencia no es casual ni reciente. Es el resultado de años de políticas que han debilitado la capacidad productiva del país, favoreciendo la deslocalización, la importación y la adhesión ciega a normativas que muchas veces no están pensadas para nuestro contexto. Se nos impone una «modernidad» fabricada en el centro de Europa, que desmantela nuestros sistemas tradicionales: el ladrillo, el oficio del albañil, la construcción artesanal, la planificación urbana de escala humana.
Un ejemplo claro es la reciente transición hacia estructuras de madera para vivienda. A simple vista, parece una medida sostenible. Pero si uno lo observa en contexto, se da cuenta de que los bosques en España llevan ardiendo sistemáticamente desde hace una década. La madera nacional escasea. ¿De dónde viene entonces esa «solución»? De importaciones centro europeas presumiblemente, claro. Nos venden su modelo como un salvavidas, cuando en realidad nos están convirtiendo en consumidores permanentes de sus sistemas.
La arquitectura refleja todo esto con brutal claridad. Ya no edificamos con lo que somos, sino con lo que nos dicen que deberíamos ser. Los edificios se parecen cada vez más a los de cualquier otro país. La identidad desaparece bajo capas de paneles de cartón yeso, de diseño neutro, de normativa ajena. Y el arquitecto, en vez de crear, se convierte en gestor de requisitos impuestos.
No es solo una cuestión de materiales. Es una cuestión de soberanía. Mientras España sigue enredada en crisis económicas interminables, perdiendo a sus jóvenes mejor preparados que emigran a países como Alemania, Francia o el resto del mundo, la base para reconstruir una nación con voz propia se desintegra por días.
Nos hemos convertido en un país cada vez mas subcontratado y no solo con esto con otras mil cosas mas. Y lo que es peor que se ignora el problema o se mira a otro lado. Nadie lo denuncia. Nadie quiere ver que cada norma, cada decisión, cada imposición externa es una pérdida de libertad constructiva, cultural y política.
No se trata de encerrarse en lo nacional, sino de preguntarse, ¿Qué estamos dejando atrás? ¿Por qué no podemos construir con lo nuestro, pensar con lo nuestro, decidir con lo nuestro? La arquitectura tiene memoria y lo que está sucediendo ahora no es evolución, es amputación además diseñado así, para el bien ajeno
Y si no despertamos pronto, ya no quedara nada nuestro ya que nos encontraremos en una dependencia, es hora de frenar esto, reconstruir y reindivicar lo nuestro, valorarnos y construir un país con su propia identidad que reconstruir. Y dejar que otros definan nuestra autonomía lo que es el futuro o que no lo es. el reflejo esta claro entre lo que vemos cada día en la calle.
El país de la luz” – Nach (con Ismael Serrano)
Una pieza densa, poética y crítica. Habla del dolor de un país que ha perdido su camino, con referencias claras a la identidad, a la corrupción, a los que se van y a los que se quedan. Es perfecta para un texto que analiza cómo España deja de ser constructora de sí misma.
“Quisieron vendernos futuro, matando lo que fuimos.
Nos dejaron sin raíces, sin aire, sin camino.”