Arquitecto reflexivo ante el desafío de preservar la verdadera arquitectura

Salvando la Arquitectura: La Crisis de una Profesión en Peligro

La arquitectura está en un punto crítico. No solo enfrenta una competencia feroz, sino que el mercado ha adoptado dinámicas nocivas que amenazan la esencia misma de la profesión. En el orden natural, la jerarquía entre arquitecto, arquitecto técnico, constructor y autopromoción debería estar claramente definida, pero en la práctica, estos roles se han desdibujado hasta un punto alarmante.

Un Mercado Distorsionado y Desleal

Hoy en día, es cada vez más frecuente encontrar arquitectos técnicos, ingenieros y constructoras asumiendo funciones que legal y éticamente corresponden a los arquitectos. Se presentan como proyectistas, utilizan nombres como «estudio de arquitectura» omitiendo la palabra «técnico», y juegan con la ambigüedad para confundir a la población general, que en muchos casos ni siquiera distingue entre las distintas profesiones dentro del sector de la construcción. Esta falta de claridad no solo perjudica a los arquitectos legítimos, sino que crea un mercado donde la ética y la responsabilidad han pasado a un segundo plano, generando una crisis de identidad en la disciplina y afectando la calidad de los espacios construidos.

Los constructores, en particular, han reducido la arquitectura a una mera distribución de espacios, limitándola a cumplir con una serie de requisitos dictados por el urbanismo del ayuntamiento correspondiente y a la aplicación de sistemas constructivos. En este último punto, es cierto que la aplicación de técnicas y conocimientos constructivos suele estar bien fundamentada y que, en muchos casos, tiende a innovarse con nuevos materiales y procesos. Sin embargo, los demás aspectos esenciales de la arquitectura, como el diseño, la habitabilidad, la integración con el entorno y la visión estética, brillan por su ausencia en la mayoría de los casos.

Lo que distingue a un arquitecto de cualquier otro técnico o profesional del sector es precisamente su formación en proyectos arquitectónicos. A lo largo de la carrera, un arquitecto recibe una enseñanza especializada que incluye nueve asignaturas de proyectos, además del Trabajo Fin de Máster, en los que se forma bajo la tutela de grandes maestros de la arquitectura. No es un conocimiento que se adquiera de forma intuitiva ni que pueda improvisarse; se trata de un proceso académico riguroso en el que se estudian y analizan cientos de obras y se enfrentan cientos de situaciones proyectuales que desafían al estudiante a superar el pensamiento lineal y básico, llevándolo a desarrollar soluciones arquitectónicas complejas y profundas.

Este nivel de análisis y conceptualización es lo que permite que un arquitecto sea capaz de crear obras maestras, espacios que trascienden la simple funcionalidad para convertirse en experiencias arquitectónicas significativas. Ningún otro técnico desarrolla esta disciplina con la misma profundidad, ya que su formación se basa en resolver aspectos meramente técnicos sin considerar el impacto humano, social y cultural de la obra. De hecho, en la mayoría de los casos, cuando estos actores se encargan del diseño, terminan creando distribuciones deficientes, sin carácter ni sensibilidad arquitectónica.

La arquitectura no es simplemente construir; es pensar, imaginar y diseñar espacios que transformen la vida de las personas. Mientras la sociedad siga permitiendo que su entorno sea definido por quienes no tienen la formación adecuada, se seguirá perdiendo la oportunidad de vivir en ciudades mejor diseñadas, más humanas y con mayor riqueza arquitectónica y con la consecuencia fatal en la salud física, mental y espiritual humana. Es urgente que se ponga en valor nuevamente el papel del arquitecto y que se reconozca que su trabajo es insustituible.

Una Profesión que Destroza a sus Propios Aspirantes

Los efectos de esta crisis van más allá de la competencia laboral. La arquitectura es una de las carreras más exigentes y sacrificadas. Los datos son alarmantes:

  • Solo entre el 15% de los estudiantes que inician la carrera realizan el master obligatorio para ejercer. (Fuente)
  • La duración media para completar la carrera es de aproximadamente 10 años, sumando el grado y el máster habilitante. (Fuente)
  • La tasa de abandono en arquitectura supera el 39,1%, debido a la presión académica, la falta de expectativas laborales y el agotamiento mental. (Fuente)
  • Un gran porcentaje de jóvenes arquitectos sufre ansiedad, estrés y depresión. Casos de suicidio dentro de la comunidad estudiantil han sido reportados, aunque poco visibilizados. [(Fuente: Estudios de salud mental en universidades)]

Después de años de esfuerzo, los pocos arquitectos que logran terminar y habilitarse se encuentran con un mercado saturado y desleal. La alternativa que se les ofrece es realizar cursos adicionales de software BIM, dedicarse a hacer renders para terceros o limitarse a pequeñas intervenciones en lugar de ejercer plenamente su profesión.

Estos datos indican que, de cada 100 estudiantes que comienzan la carrera de arquitectura, alrededor de 61 completan el grado. De estos, aproximadamente 9 inician un máster y una proporción menor lo finaliza y una proporción aun menor alcanza afronta el mercado real.

La Usurpación del Poder del Arquitecto

El problema de fondo es que muchos actores del sector han visto en la figura del arquitecto un obstáculo a sus intereses y buscan reemplazarlo o restarle autoridad. Esto ocurre porque el arquitecto, al estar formado en disciplinas que van más allá de la simple construcción, suele defender valores como la calidad del espacio, la funcionalidad, la sostenibilidad y la identidad cultural, aspectos que muchas veces entran en conflicto con los intereses puramente económicos de promotores inmobiliarios, constructores y algunos gobiernos.

Esta situación no solo afecta a los profesionales del sector, quienes ven reducidas sus oportunidades y su influencia en los proyectos urbanos, sino que tiene un impacto profundo en la arquitectura misma y, en consecuencia, en toda la sociedad. La arquitectura no es simplemente la creación de edificios; es una disciplina que modela el entorno en el que vivimos, influye en nuestro bienestar físico y emocional, y define la identidad de nuestras ciudades y comunidades.

Sin embargo, el público general ha sido condicionado, a través de la mercantilización del espacio y la estandarización de las construcciones, a aceptar cualquier edificio como si fuera arquitectura, cuando en realidad la mayoría de lo que se construye responde exclusivamente a criterios de rentabilidad y eficiencia económica. Esto ha llevado a la proliferación de estructuras genéricas, impersonales y carentes de valor estético o funcional, que priorizan la reducción de costos y la maximización del beneficio sobre la experiencia humana y la calidad del entorno.

Solo una pequeña fracción de los edificios construidos actualmente podría considerarse arquitectura en su sentido más puro: aquellos que combinan innovación, respeto por el entorno, sensibilidad estética y una respuesta adecuada a las necesidades de las personas. La arquitectura verdadera no solo se preocupa por la forma y la función, sino que también incorpora un compromiso ético y social con la ciudad y sus habitantes. Si la tendencia actual continúa, corremos el riesgo de perder progresivamente la riqueza arquitectónica de nuestras ciudades, reemplazándola por un paisaje urbano monótono y deshumanizado que responde únicamente a intereses comerciales.

La competencia absurda entre arquitectos, un problema interno del gremio

Más allá de los desafíos externos que enfrenta la arquitectura, existe un problema interno igual de preocupante: la falta de colaboración y apoyo entre los propios arquitectos. En lugar de vernos como colegas, socios y aliados en la defensa de la calidad arquitectónica, muchas veces nos percibimos como competidores, generando un ambiente de rivalidad que debilita al gremio.

En el mundo de la arquitectura, el éxito no siempre depende exclusivamente del talento o del esfuerzo. Factores como el azar, el acceso a contactos clave, el reconocimiento en determinados círculos y las oportunidades inesperadas juegan un papel importante en la trayectoria profesional de cada arquitecto. Sin embargo, en lugar de celebrar los logros de nuestros colegas, muchas veces caemos en la trampa de la envidia y el resentimiento. Esto no solo genera tensiones innecesarias, sino que impide la creación de redes de apoyo que podrían beneficiar a todos.

El individualismo extremo dentro del gremio ha llevado a que, en lugar de fortalecer nuestra profesión con iniciativas conjuntas, cada arquitecto busque sobresalir de manera aislada, muchas veces a costa de los demás. Esto se traduce en una competencia desleal, en la devaluación de nuestros propios honorarios y en una falta de unión que nos hace más vulnerables ante la presión de los promotores, constructores y otros agentes que buscan reducir nuestra influencia en los proyectos.

Si los arquitectos fuéramos más conscientes de la importancia del trabajo en equipo, de la cooperación y del apoyo mutuo, podríamos mejorar significativamente nuestra posición en el sector y recuperar el protagonismo que hemos ido perdiendo. Es fundamental fomentar una cultura de reconocimiento, mentoría y colaboración, donde el éxito de un arquitecto sea visto como una inspiración y no como una amenaza. Solo así podremos enfrentar juntos los retos que enfrenta nuestra profesión y reivindicar el verdadero valor de la arquitectura en la sociedad.

La defensa de la profesión, una responsabilidad de los propios arquitectos

La revalorización de la arquitectura y del papel del arquitecto no vendrá desde fuera, ni será el resultado de regulaciones gubernamentales o decisiones políticas. Está, prácticamente y únicamente, en nuestras manos. Somos los propios arquitectos quienes debemos defender nuestra profesión, reivindicar nuestro conocimiento y hacernos valer en un sector donde se nos ha ido desplazando progresivamente.

Durante demasiado tiempo hemos esperado que sean otros, el gobierno, las instituciones, los colegios profesionales o la sociedad, quienes tomen medidas para frenar la invasión de nuestras competencias y la degradación de la arquitectura. Pero la realidad es que nadie va a venir a rescatarnos. Si no somos nosotros quienes levantamos la voz y demostramos el valor de nuestra disciplina, la situación seguirá empeorando.

¿Qué Podemos Hacer?

Este no es un papel fácil. Requiere una transformación profunda en la manera en que nos relacionamos con nuestra profesión y con el resto de la sociedad. Debemos cambiar la pasividad por una postura activa:

  • Educar al cliente: Explicar por qué un arquitecto no es solo un “dibujante de planos” o un simple gestor de permisos, sino un profesional que aporta calidad de vida a través del diseño.
  • Unirnos como gremio: Dejar de vernos como competencia y empezar a trabajar juntos para fortalecer nuestra influencia en el sector.
  • Defender honorarios justos: No aceptar condiciones que devalúen nuestro trabajo y contribuyan a la precarización de la profesión.
  • Divulgar arquitectura: Aumentar la presencia en medios, redes sociales y espacios públicos para que la sociedad comprenda qué es la arquitectura y por qué importa.
  • Rechazar la mediocridad: No ceder ante la presión del mercado ni conformarnos con soluciones arquitectónicas pobres solo porque sean más rentables o fáciles de ejecutar.

Si los arquitectos no tomamos la iniciativa para apostar por un camino de valoración, corremos el riesgo de convertirnos en meros espectadores del declive de nuestra propia profesión. No basta con quejarnos o lamentarnos por la falta de reconocimiento, hay que actuar, organizarnos y reivindicar nuestro papel en la sociedad. Es un camino difícil, pero absolutamente necesario si queremos recuperar el valor de la arquitectura y el respeto por nuestra labor.

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Reflexiones únicas sobre arquitectura, filosofía y materiales, acompañadas de imágenes inspiradoras.

Una invitación a profundizar en nuestra visión creativa e innovadora.

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